Mayo 12 – junio 24 / 2017
Seguramente Carlos Mérida y Rodolfo Abularach son los artistas guatemaltecos más visibles del siglo XX. Este último nació en 1933 en la capital de ese país y en 1959 se hizo acreedor a una beca de estudios que lo condujo a Nueva York. Una ciudad pujante que ya se estaba convirtiendo la capital del mundo del arte y en la cual habían de sucederse los grandes rompimientos que le imprimirían el peculiar carácter a la segunda mitad de ese milenio hasta hoy. Nuestro artista fue testigo de radicales transformaciones y ellas permearon la consolidación de su personalidad pictórica, enriqueciendo así la producción visual de Latinoamérica.
La carrera de Abularach se desarrolló en la Gran Manzana. A ella habían acudido, de manera coincidencial, artistas latinoamericanos de distintas nacionalidades, deseosos de actualización e información y también ambicionando lenguajes aportantes. Abularach logró todo eso. En esta ciudad su círculo estaba formado esencialmente por artistas como Luis Molinari Flórez de Ecuador, Julio Alpuy y Luis Camnitzer de Uruguay, Armando Morales de Nicaragua, Juan Gómez Quiroz de Chile, César Paternostro de Argentina y los colombianos Leonel Góngora y Omar Rayo. Con este último entabló una amistad perdurable y generosa. Cuando se inauguró el Museo Rayo el artista donó una importante colección de obras gráficas algunas de las cuales están presentes en esta exhibición.
La obra más conocida, singular y contundente de Abularach es la serie sobre Ojos, que él volvió símbolos, alegorías, evocaciones, creando órbitas donde el significado y el significante habitaron con suficiencia. Sus miradas interrogaron a los observadores, haciendo evocar los abismos interiores y también citando referentes mitológicos: Cíclope, Vulcano, Artemisa, Mérope. Su argumento directo puntual logró convertirse en ícono. La pulcra y directa propuesta de Rodolfo Abularach perfeccionó los recursos técnicos para edificar sus imágenes. Dominó el óleo como medio y lo dotó de transparencias, luminosidades y tenues degradaciones de color. Los dibujos son ejemplos elocuentes en el dominio de la línea como ejercicio preciso y sutil, logrando veladuras y formas ingrávidas. Otra pasión en su experiencia rica y variada es el arte del grabado, donde se ha interesado en las distintas técnicas y ha hecho alarde del dominio sobre las mismas.
La muestra está conformada por un grupo de 30 obras distribuidas en pinturas al oleo sobre lienzo, dibujos en tinta sobre papel y obras seriadas que giran en torno a uno de los temas más importantes y trabajados por este artista, “el ojo humano”.
Curaduría: Miguel González