Por Néstor Martínez Celis
Artista, curador y profesor de la Universidad del Atlántico
Ángel Loochkartt me contó que en una oportunidad visitaba el hotel Tequendama de Bogotá y en vestíbulo, de pronto, le llamó la atención una señora que estaba exasperadamente vestida, con abundantes ropajes, joyas y accesorios que la hacían ver como una estrafalaria dama de siglos pasados. No me puedo ir sin hacerle un boceto, pensó el artista. Y sacó su libreta de apuntes y empezó a dibujarla, no sin el temor de que el personaje se fuera a molestar e interrumpiera el ejercicio. Pues sucedió todo lo contrario, cuando el escolta le avisó que la estaban pintando la dama se puso a posar de manera desenfadada y sonriente frente al pintor y de vez en cuando subía a sus habitaciones y aparecía de nuevo engalanada con otros exóticos ropajes para brindarle variedad y mantener interesado al artista. Loochkartt quedó embelesado con la señora y en una de sus pinturas le hace decir: “Digamos que soy Sibila y el ocio me fascina”. Le hizo muchos dibujos y le dedicó unas 15 pinturas a la inextricable dama, todas con el distintivo del color rojo recordando la atmósfera del recibidor del hotel.
Como el anterior, Loochkartt es fundamentalmente un artista creador de personajes propios. En la inmensidad del mundo de su pintura prevalece la figura humana, pero no son seres humanos anónimos, porque en el artista siempre surge la necesidad de darle una identidad y una distinción a los individuos que pinta. Algunas de ellas son personas de su entorno familiar o círculos de amigos y conocidos, otros son apropiaciones de personas de la vida real que se los ha encontrado en el camino, como la inusitada Sibila del Tequendama, y hay algunos salidos de la pura imaginación del artista.
Los títulos de muchas de sus series pictóricas así lo evidencian: La Pepita, Sibila, Los Congos, Los travestis, Los ángeles, Eróticos, Casilda, Las mal sentadas, Perdidas en el tiempo y otras.
Loochkartt fue el primer egresado de la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla, e inmediatamente se fue a estudiar a Italia donde pasó muchos años. Estudio en la Academia de Bellas Artes de Roma y además de sus estudios académicos se impregnó de toda la tradición artística y arquitectónica que estaba a la vista, la isla Tiberina, el Trastevere, la Domus Aurea, el Foro Romano… y una gran cantidad de museos que visitaba permanentemente. Cuando regresa se encuentra con la indomable naturaleza Caribe, el mar y el río y surge la pintura de paisaje, pero Loochkartt prefirió la figura humana, de tal manera que su pintura se nutrió de las características vitales de las personas y una infinidad de personajes inundaron con su dinámica y energía los lienzos del Maestro.
Loochkartt es un pintor de emociones que brotan irreprimibles y guían la breña exuberante de sus trazos cromáticos. Su pincelada es impetuosa, de gran potencia en el gesto, impulsiva y a veces delirante, lo que contribuye a la vehemente expresividad de sus personajes. Ver la pintura de Loochkartt es evocar a Munch, Nolde, a Schiele o a Kokoschka. Su paleta ha variado con el tiempo, pero no se detiene en un campo cromático específico; de unos rojos, verdes y amarillos intensos y contrastantes, ha virado a una diversidad de azules, lilas, tierras verdes y hasta sombras tostadas, compañeros de la noche y de muchos ambientes cargados de eroticidad y misterio. Pero, cuando quiere, vuelve otra vez con su paleta iridiscente para incendiar la tela de matices que le dan a sus Congos singular potencia de vida y fiesta.
Pinta alla prima, de manera directa y con gran gestualidad. Obedece al estímulo inmediato de percibir las ideas y plasmarlas inmediatamente. Por ello, nunca hace bocetos para después pintar los cuadros. Muchos de sus temas son recurrentes, los deja y vuelve a ellos insistentemente, como si esas figuras nunca quisieran abandonar el universo loochkarttiano. En su forma de pintar no concibe que una tela quede totalmente acabada, es imposible, y su gran reto es tratar de traducir el movimiento del mundo real en la estaticidad de la imagen pictórica.
El artista lo afirma: “El goce más pleno que hay es la mancha, es el big bang de la pintura, la mancha es maravillosa”. Es la que genera estructuras posteriores, que surgen de la misma materia y se revelan, se evidencian. “Hay que estar pendiente de las notas cromáticas simultáneas que armonizan en el proceso de pintar”, como lo había revelado Kandinsky, uno de los artistas preferidos de Loochkartt.
A su regreso de Europa, es nombrado director de la Escuela de Bellas Artes en 1964, cargo que hereda de Alejandro Obregón que se había marchado a Francia a finales del 63. Un año después de haber sido nombrado director de la Escuela de Bellas Artes por el rector de la Universidad del Atlántico el Dr. Elberto González-Rubio, Loochkartt le pintó en agradecimiento un mural en la pared occidental de la sala de la casa con medidas de 220 x 440 cm. El tema era de candente actualidad y estimulaba la imaginación del artista por ese interactivo y rico diálogo entre ciencia y arte que promueve la Universidad. Con una paleta limitada de colores de laca piroxilina pintó “El Pájaro Madrugador”, una composición horizontal de brochazos intensos que conjugaron una especie de máquina voladora en homenaje al primer satélite de comunicaciones comercial puesto en órbita por los Estados Unidos en abril 1965. El mural fue donado generosamente por la familia González-Rubio y la pared que sostiene la pintura fue trasladada con tecnología de punta y hoy se encuentra empotrado en el lobby del Centro Cultural de la Universidad del Atlántico para la libre apreciación y disfrute de la comunidad académica y de todos los barranquilleros.
Coincidencialmente, junto con otro barranquillero, Víctor Laignelet, se alzó con el primer premio en el XXX Salón Nacional de Artistas de 1986, consolidando una carrera de logros y grandes aportes a la pintura colombiana. La obra ganadora, un imponente óleo titulado El Ángel me llama, pertenece a “una serie de ángeles nocturnos de aspecto sensual y aura erótica, casi obscena a veces, que ha venido pintando a lo largo de los años y que ha alternado con los festivos congos del Carnaval de Barranquilla, series que combinan las alegrías del alma y los placeres de la carne”, señaló Álvaro Medina.
Jocosamente, me cuenta que la serie Travestis nació por la época cuando era profesor de unas clases nocturnas en la Universidad Tadeo Lozano en Bogotá. A la salida de la institución, se topaba con un grupo de travestis que merodeaban cerca de la calle 23 con carrera 4ª. Se le acercaban para mostrarles al pintor sus vistosos y coloridos atuendos. Empezó a investigar ese mundo de posturas, sobreactuaciones, poses, actitudes y un sinfín de expresiones casi siempre exageradas, que le recordaba lo que había visto en la vía Lungotevere de la Marina en Roma, donde en medio de la oscuridad de la noche aparecía una variopinta corte de prostitutas, travestis, hippies y otros seres noctámbulos. A esa investigación le llamó 23 con 4ª. De ahí también salió posteriormente una serie de pinturas donde los seres retratados presentan rasgos andróginos.
Viviendo en Roma se dio cuenta que esta era una ciudad de ángeles plasmados por muchos pintores de diferentes épocas y estilos. Su mismo profesor, Ferrucho Ferracci, había inundado una capilla con figuras angélicas. Decidió explorar entonces los artistas que habían pintado ángeles y se encontró que en el Renacimiento casi todos habían pintado estos seres alados. Cuando regresa a Colombia, descubrió en Sopó un conjunto de pinturas coloniales, la colección de Sevilla, con 12 ángeles de pintores anónimos. Desde ese momento ha trabajado en profundidad la serie de los Ángeles y siguiendo al ángel mundano de Wim Wenders, puso a los suyos en diferentes situaciones y contextos cotidianos: en la calle, en la casa, en la cafetería, bailando, el ángel erótico, etc.
En la pintura de Loochkartt asistimos a una lucha entre la abstracción y la figuración. Mayoritariamente ha triunfado la figuración, pero en grandes superficies de muchos de sus cuadros lo que se impone es una riqueza de manchas, texturas, contrastes cromáticos y formas que surgen de la expresividad e intensidad del autor y no revelan nada reconocible de la realidad. Es como si la misma pintura se liberara de esquemas, fórmulas y convenciones para conquistar con gran expresividad y vehemencia un espacio de libertad.
Gran parte de la obra de Ángel Loochkartt gira en torno a las mujeres. Tiene varias series de obras como Perdidas en el tiempo, sibilas, Casilda, las mal sentadas, Pepita, las mujeres etruscas, las amadoras de Bolívar y otras. Casilda fue una señora muy especial de San Basilio de Palenque que trabajaba en oficios domésticos en casa de Ángel y lo marcó en su juventud porque le enseño muchas cosas además de cocinar.
En el año 1962 reflexionaba sobre los temas de sus obras. Había pintado tantas cosas de su entorno, pero nada totalmente suyo. Decidió darle vida un personaje femenino que tuviera tal y cual características físicas y con la condición de ser una mujer que satisficiera todos sus caprichos y placeres. Nació en el mundo de Loochkartt la singular Pepita. La pintó en las más inimaginables situaciones y encarnaciones, con sus amigas de un grupo de música de cámara Lulúa, Talula y Juaca y siendo ella la cantante soprano. La pinta cenando, divirtiéndose, engalanada, con su gato Ciro. Un día Pepita le dijo que la pintara ahora que era millonaria con un ícono bizantino que había comprado en unas vacaciones en Rusia. La ha pintado en gran formato totalmente desnuda, con las piernas abiertas, en la más “natural” de las poses. Y todos los años le celebra su cumpleaños pintándole un cuadro a este recurrente y multifacético personaje.
La serie Perdidas en el tiempo se compone de retratos de mujeres que en algún momento impactaron al artista, pero que nunca más volvió a ver. Damas que se perdieron en los senderos bifurcados y que vuelven a aparecer en los relámpagos de la memoria. El recuerdo no solo es relativo a la fisonomía, si el rostro es anguloso, si llenita de carnes, si de pómulos pronunciados, sino recubierto por detalles de su personalidad, lo que queda impregnado en la profundidad de la psiquis, lo que el tiempo no pudo diluir de la memoria.