“EL ENIGMÁTICO NORMAN MEJÍA”
SALA DE ARTISTA
Octubre 06/2017 – Mayo 05/2019
Con una entrada triunfal, Norman Mejía (Cartagena, 1938 – Barranquilla, 2012) apareció de repente en el arte colombiano, nada menos que ganando el Primer Premio del Salón Nacional de 1965. De inmediato, con tan sólo 27 años ya era un referente en la escena nacional. Pronto vinieron las exposiciones, como la realizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá ese mismo año, la que quizás sea su muestra mejor reseñada gracias a la valoración de Marta Traba.
Para el historiador de arte Álvaro Medina, “Norman trasegó como un demonio en los horribles rincones de la violencia, la pasión y la locura del mundo infame que palpó a su alrededor. Norman asumió esta poética con tal fervor que se aisló a conciencia de sus semejantes y se entregó, cuando aún le quedaba media vida por delante, al misticismo de astrólogo reflejado en las pinturas de sus últimos años”.
En efecto, muy temprano resolvió Mejía encerrarse en su mundo. ¿Qué está haciendo Norman Mejía? Empezaron a preguntarse muchos, convirtiéndose su actividad artística en un misterio que alimentaba cada vez más su ya enigmática figura. Hoy sabemos que se entregó completa y exclusivamente a la pintura, con un frenesí y dedicación tan asombrosos como la gran cantidad de dibujos, pinturas y objetos que legó tras su fallecimiento.
“La vida física”
Así tituló Marta Traba el artículo que sobre Norman Mejía publicara en la revista “La Nueva Prensa” en julio de 1965. De inmediato reconoció en él un nuevo valor, gracias al cual se abría el arte colombiano a nuevos horizontes. Para ella, Norman Mejía era “un punto de partida hacia una apertura del arte colombiano, que lo desencuadre de sus convenciones, pues se distanciaba de las pautas establecidas por Obregón, Botero y Ramírez Villamizar”.
Pero, ¿En qué se diferenciaba Norman Mejía? Para Traba, a diferencia de sus predecesores, no se limitó a deformar las apariencias de la violencia, sino que “alteró la esencia del problema, yendo de modo recto y vertical, sin ningún circunloquio, a la violencia profunda”. Y lo hizo otorgando una inocultable prelación a lo físico. “Lo físico, al cual él comunica un enorme poder energético, lo potencia, le da movimiento y lo habilita para resolver la totalidad de la expresión”.